Hongos mágicos: ceremonias, autocultivo y la capacidad de sanar sintiendo - El Argentino Diario

2022-08-26 19:14:34 By : Ms. Daisy Zhang

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Después de 40 años de prohibiciones, la psilocibina vuelve a encontrar su espacio, autoculitvadores aseguran que Dios existe, pesa cuatro gramos y vive en un taper.

La casa de verano a trescientos metros y María que espera. —Quizás vuelva más tranquila—, suspira con cuatro gramos de ‘hongos mágicos’ en una bolsita de papel madera arriba de la mesada de la cocina. July, todavía parada frente un mar sin magia, heredera del berretín del trabajo de papá alta gama, cierre centralizado y losa radiante, a los diecinueve, corredora de la Bolsa de Valores, a los veinte la camioneta y a los veintiuno, vieja con una deuda millonaria y ganas de morirse.

La psilocibina se encuentra, únicamente, en algunos tipos de hongos, llamados psilocibios u hongos mágicos. Su uso terapéutico y espiritual tiene registro desde la civilización azteca, pasando por la popular María Sabina en México, hasta sanadoras de la Península Ibérica donde se encontraron pinturas rupestres de hombres con cabezas en forma de hongos, hace aproximadamente 6 mil años. Sin embargo, en la Convención de la ONU sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971 fueron prohibidas, paulatinamente, a nivel global.

Desde entonces, estudios y aplicaciones en medicina y psicología se vieron interrumpidos bajo la engañosa bandera de la guerra imperialista contra las drogas, en donde el enemigo real no fue otro que el concepto de juventud y libertad que la generación beat traía consigo desde fines de los ’50, principios de los ’60, hasta bien entrados los ’70.    

July volvió descalza con arena debajo de los pies fríos y húmedos, con la misma voluntad que tienen aquellos con ganas de morirse, pero que no encuentran –ni buscan–coraje a tal fin. Abrió la puerta y se derrumbó en cámara lenta sobre el sillón de mimbre sin sacar la vista de la mesada. Las manos de María le recogieron los pelos y un rulo atorado en la comisura de la boca.

—“No me jodas, estoy lista” —dijo July, ahora sentada al borde del sillón, casi sobre el mimbre.

Movió con el dedo índice los hongos retorcidos y secos sobre la palma de la mano de María. El gusto amargo la tomó por sorpresa y, antes de levantarse, su amor le dio un pedacito de chocolate. Fue al baño y se lavó la cara quitando así el último vestigio de lo que alguna vez fue. Se miró en un espejo devastador, dejó caer la campera en el piso del baño, se ató el pelo y volvió al sillón.

—Para que mierda hago esto, las soluciones mágicas no existen —gritó, María. July, en silencio, le preparó un té de canela.

A fines de los años ’50, el mundo occidental entró en contacto con los hongos psilocibios a través del escritor pionero en botánica, Gordon Wasson, el micólogo Roger Heim y el químico Albert Hofmann, padre del LSD. Estos, consiguieron extraer e identificar la psilocibina y psilocina, en la composición de hongos recogidos por la tribu Mazateca durante una expedición a México. Aquel análisis se publicó en el ’57 en la revista Life, bajo el título “Seeking the Magic Mushroom”.

Al artículo, que popularizó la sustancia psicodélica en los ’60 a través de la cultura hippie, se lo consideró, más que como un ensayo sobre una droga, como una puerta abierta hacia la espiritualidad. Mucho tuvo que ver con aquella caracterización popular, a los responsables de la revolución pacífica de los ’60: el escritor Ken Kesey, el maestro espiritual Richard Alpert y al psicólogo, investigador, activista y escritor, Timothy Leary –considerado en aquel entonces el hombre más peligroso de Norteamérica–, quien sostenía que la experiencia psicodélica “es un viaje a nuevas esferas de la conciencia. Los alcances y el contenido de las experiencias no tienen límites, pero su rasgo característico es la trascendencia de conceptos verbales, de las dimensiones de espacio y tiempo, y del ego o la identidad (…) la droga no produce la experiencia trascendente, meramente actúa como una llave química que abre la mente, libera el sistema nervioso de sus patrones ordinarios y estructuras”. Richard Alpert-Timothy Leary

Por su parte Wasson, quien llevaba ya más de 25 años estudiando el papel cultural de los hongos en Asia, en su primer viaje a México en 1953 preguntó a los aborígenes sobre los efectos de los hongos y estos le respondieron: “Lo llevan ahí donde Dios está”. Así, y guiado por la reconocida chamán María Sabina, la noche del 29 al 30 de junio participó activamente de una ceremonia en Oaxaca, siendo primer occidental europeo contemporáneo en ingerir los hongos santos.  

Esta experiencia lo marcaría profundamente: “Pude permite ver más claramente de lo que el ojo perecedero mortal puede ver, perspectivas más allá de los horizontes de esta vida, viajar hacia atrás y adelante en el tiempo, entrar en otros planos de existencia, incluso conocer a Dios (…) “ahora veo por primera vez sin la mediación de mis ojos mortales”

En los años siguientes consiguió diversas muestras de ejemplares de Psilocybe. En 1956 se asociaron con el eminente micólogo francés Roger Heim, quien pudo clasificar 14 especies distintas y posteriormente cultivar algunas de ellas en su laboratorio de París.  En 1957, Heim envío 100 gramos de ejemplares cultivados y desecados de Psilocybe mexicana, para su análisis químico a Hofmann. Su estudio, publicado en la Revista Catalana de Micología, –vol. 37: 75-85; 2016. 77–, puso de manifiesto que existía una relación química muy estrecha entre el LSD y los principios activos de los hongos alucinógenos. Hofmann probó 32 ejemplares secos de Psilocybe mexicana que pesaban 2.4 gramos, una dosis media, según las pautas indígenas.

En una traducción del informe original sobre el experimento, que tuvo lugar en 1957, dice: “Treinta minutos después de haber ingerido los hongos, el mundo exterior comenzó a sufrir una extraña transformación, el esfuerzo voluntario de ver las cosas en sus formas y colores de costumbre resultó ineficaz (…) a la hora y media, cuando la intoxicación estaba en su auge, una cascada de imágenes interiores, la mayoría de motivos abstractos, que cambiaban rápidamente de forma y de color, alcanzó un grado tan alarmante que temí ser arrastrado hacia este remolino de forma y color hasta disolverme y, al cabo de 6 horas, el sueño terminó. No tuve idea alguna de la duración de este estado psíquico. Mi vuelta a la realidad cotidiana fue percibida como un feliz retorno a una casa vieja y familiar, de vuelta de un mundo extraño y fantástico, pero sumamente real”.

La típica casa de refugio atlántico bonaerense, postrada debajo de un techo a dos aguas con tejas rojas, dos cañas de pescar en un paragüero al lado de la puerta de entrada, la mesa de pino y el sillón de mimbre de dos cuerpos frente a la tele de tubo, parecía esconderse detrás de un pequeño farol que iluminaba tenue la alfombra de entrada y apenas el parque. Ahora hablaban de cualquier cosa, que el frío, que hay que arreglar la pata de la cama, que qué comemos mañana. Ana la miraba con una sonrisa mientras iba y venía ordenando un poco y, después de tomarse un vaso de agua, levantó la campera de Ferny del suelo del baño que, Sentada sobre el sillón reparó en la funda cuadrille de los almohadones. Ana le dijo algo en voz muy baja, pero la oración se fue perdiendo luego de tres o cuatro palabras.

—No hay…soluciones…mágicas —susurró July en el mismo momento en que sus ojos escupían las primeras lágrimas pasando la rompiente de sus ojos cerrados.

La psilocibina debajo de la piel modificó por completo su percepción sensorial sobre las cosas, los objetos y María. Un aura en torno a las luces retorcía la forma de los muebles, pero con una clara capacidad de entender su entorno geométrico, repetitivo y superpuesto. En un estado de absoluta sinestesia escuchó los colores, vio el sonido de la heladera y el de un grillo escondido en alguna parte de la casa, en tanto descubría el peso de su propia saliva. Media sonrisa la encontró ahora de pie, en el medio del living, acariciando el respaldo de una de las sillas, la distorsión del tiempo y el espacio la mantuvo cautiva hasta que su percepción sensorial la fundió con el entorno.

Las superficies empezaban a retorcerse superponiendo la percepción visual con formas geométricas repetitivas, alterando los colores y modificando la manera en que el percibía los sonidos. La distorsión sobre el tiempo y el espacio entre alucinaciones visuales más complejas, ahora con los ojos abiertos o cerrados, pero en cuadro, enfocada, y llorando sin rastro de angustia, de tristeza, o de aquella vieja frente al mar con ganas de morirse. El corazón latía cada vez más fuerte, un escalofrío la incorporó de golpe con los ojos abiertos cargados de pupilas en constante dilación. Se quitó las zapatillas con los pies, solo para descubrir que el piso se arqueaba y se retraía como si fuera un torso desnudo con un marcado ánimo de respirar. El color de la mesa de pino se perdió entre la pequeña fuente con frutas de plástico apoyada sobre un mantelito ovalado color naranja. La casa era ahora geométricamente perfecta, igual que los sonidos de los caracoles que la volvían de vuelta al mar.

—Te dije…boluda…no hay solu…mági… —se reía a carcajadas mientras se escuchaba a ella misma tratando de justificarse. Se reía y lloraba, como si el pus hubiese allanado el camino entre la piel del grano y el mundo exterior.

Así de mocosa, así de tranquila, terminó el viaje entre las tetas de María y la serenidad que portan los que consiguen la calma cuando miran el mar. Hace ocho años cultiva psilocibina, dicta talleres especializados de autocultivo casero y acerca a los hongos mágicos a las necesidades que el universo pone en su camino. Solo volvió a comer hongos mágicos una vez desde la noche de olor a mimbre, convencida de que la medicina ancestral está ahí, esperando.  

—Pero…que fue de la deuda, cómo seguiste, cambiaste de laburo, ¿o qué? —pregunté ansioso.

—No sé de qué estás hablando —me contestó con ojos compasivos que rezongaban si acaso yo no había entendido nada. Cariño virtual y que esté bien, que cualquier cosa le avise y con media sonrisa, cómplice, tierna y suya.El Argentino

En 2006, el neurocientífico, Roland Griffiths, descubrió que los usuarios que “usaron psilocibina en dosis bajas –2 gramos– sintieron alegría, felicidad extrema, actitudes positivas en sus estados de ánimo en relación a su sociabilidad y conducta, incluso dos meses después de consumir hongos psilocibios”. Además, dijo que los voluntarios mostraron “aumentos en distintas categorías de misticismo y estados de conciencia”, entre ellas, “sacralidad, conocimiento intuitivo, estado de ánimo positivo percibido en un nivel profundo”.

Sin embargo, el énfasis en la inteligencia ha marginalizado la importancia del rango total de la conciencia humana sobre su comportamiento. Si bien no es a menudo reconocido, las sustancias psicoactivas desempeñaron un papel significativo en la historia y la ciencia ayudando en tratamientos contra la depresión, trastornos de alimentación, adicciones, ansiedad, estrés y también como opción paliativa emocional sobre enfermedades terminales.

La ecuación es simple, el uso de psilocibina tiene resultados en muy corto plazo con dosis mínimas y representan el doble riesgo de, primero la libertad de elegir pensando y por fuera del aparato de salud prestablecido dejando las facturas debajo de la puerta y, segundo, la nula rentabilidad que esto representa al conglomerado farmacéutico global. La potencial amenaza hacia el paquete completo –benzodiacepinas, antidepresivos, etcétera– terminó por homologar la medicina en un único y rentable sentido en el cual –a modo de letargo– sirve a las corporaciones más que a los usuarios que, adoctrinados en masa, adoran comprar con el vuelto los chicles que se ofrecen a un lado de la caja.

Por citar dos ejemplos, el neuropsicofarmacologo inglés especializando en la búsqueda de fármacos que afectan el cerebro para tratar adicciones, ansiedad y la falta de sueño, David Nutt, sufrió un largo camino burocrático para llegar a hacer sus ensayos clínicos. Entre otras cosas publicó lo difícil que le ha resultó conseguir los permisos necesarios por parte de la Unión Europea y del gobierno británico para sus estudios. James Rucker, especialista del Instituto de Psiquiatría del King’s College de Londres, remarcó sobre la necesidad de dar “más facilidades a la investigación con estas sustancias”. Publicando en la prestigiosa revista científica British Medical Journal un artículo en el que pide la recalificación de estas sustancias para su uso científico. Albert Hofmann

Sol es chamana, tiene 28 años y, desde pequeña, percibe cosas por fuera de los dibujitos animados, o las manos de sus abuelos o el tinenti en el patio del colegio de guardapolvos blancos. Tiene una percepción sensorial sobre el entorno, aun en perfecta soledad, como si siempre estuviera acompañada. —Los ancestros están acá, ahí, en todas partes. Con nosotros, ahora, acá. La diferencia es que yo los percibo. Fue un camino de profunda búsqueda de respuestas. Quienes eran y por qué los sentía yo sola, fue el motor para empezar este camino —dice como si ella fuera su propia medalla. 

A los 20 se dio cuenta que no era la única. En el chamanismo nórdico empezó a integrar lo que iba aprendiendo en el camino. Habla sobre la espiritualidad hecha carne a través del camino recorrido, de seres de luz como quien ve la mancha humedad en el techo del baño, o quien elige entre medialunas y sanguches de miga en la panadería y de la magia celta como si fuera parte de una cotidianeidad tan abrumadora como tangible.   

—Los hongos me ayudan a comprender el mundo, me encontré conmigo con una verdad muy pura y muy fuerte. Como si hubiese despertado de un sueño profundo. No es ni bueno ni malo, es hacerse cargo de lo que uno piensa siente y hace. Es un camino de sanación. Un viaje con hongos abre muchos mundos, todos en eje —dice quien hace diez años que, como chamana, oficia ceremonias. —No es algo que yo haya pensado que vaya a pasar, no estaba en mis planes, la maestra no soy yo, es la medicina y, con respeto y propósito, una con el tiempo va teniendo herramientas.                                                                                            La sabiduría ancestral tiene herramientas indispensables. Estudió para ello chamanismo ancestral que no es otra cosa que la “comprensión de uno a través de una profunda conexión con la naturaleza y de dónde venimos. No es nuevo, sino más bien, prohibido e invisibilizado”. La psilocibina ayuda al desarrollo cerebral, “seguimos siendo una tribu con una potencia sanadora tremenda”. Sostiene que si tan solo “soltásemos nuestras expectativas estaríamos más predispuestos a nuestro entorno y a la comprensión de nuestra sociabilidad. Es maravilloso el poder que tienen muchos seres juntos queriendo sanar”. Durante la cuarentena, consultas sobre cuadros de estrés, depresión e insomnio, ascendieron de manera exponencial: “Hubo mucho tiempo para mirar hacia adentro y la gente buscó alternativas sobre lo que evidentemente ya no funcionaba”, dice en relación a las bocas de expendio de cruces verdes. “La cura no es una pastilla, tenemos una mirada sobre una nueva manera de concebir a la medicina tradicional porque directamente no sana. No queda otra que ir a las raíces, a lo que una vez como sociedad fuimos”.                    

Hija de generación de los ’60, creció en una familia donde aquel dejo de libertad estaba al alcance de la mano, en la trova cubana, en la biblioteca y en los debates de la prescripción sobre el pensamiento común, cortado de cuajo después del mayo francés, la descolonización en África, el asesinato del Che y las dictaduras latinoamericanas.

Respecto a las ceremonias, asegura que, a la fecha, no obtuvo otra cosa que “gestos de gratitud”. Si bien toma ciertos recaudos en relación a los participantes, asegura que las personas “que llegan” son las “que tienen que llegar”. —Espero que la psilocibina se legalice. Si uno lleva la sanación como bandera se encuentra con una comunidad más grande de lo que se cree —cierra con un dejo de desaliento, como si fuera preferible incurrir en la prepaga vendedora de ilusiones, rauda de recetarios y parrillera de guante blanco.

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La dolorosa experiencia de lucha acumulada a través de un siglo no pasó en vano y ya no hay espacio para retrotraer la historia, cercenar derechos, recortar libertades ni reinstalar proscripciones.

Por Oscar R. González

Ahora que una ofensiva feroz, expresada en una perversa combinación de mentiras periodísticas y falacias judiciales trata de condenar, para proscribir políticamente, a la vicepresidenta de la Nación, viene bien recordar que el que descerrajan sobre Cristina Fernández de Kirchner no es el primer caso de lawfare en la historia argentina.

Ya hubo otro inicuo proceso judicial embustero en 1921 contra el único senador socialista de entonces, Enrique del Valle Iberlucea (1877-1921) dirigente del sector radicalizado del socialismo de aquella época, quien tuvo la audacia de solidarizarse con la entonces reciente revolución rusa y sus medidas y propuestas de fuerte sesgo anti capitalista.

Del Valle, un abogado que había nacido en Cantabria pero nacionalizado argentino que fue electo senador por la capital en 1913, adhirió en un Congreso partidario, en 1921, a la posición de la novedosa Tercera Internacional, constituida por Lenin y el ala izquierda de la socialdemocracia, defendiendo la tesis de que el socialismo argentino, fundado en 1896 por ilustres como Juan B. Justo, José Ingenieros y Enrique Dickmann, debía plegarse a la naciente coalición mundial y abandonar la vacilante y decadente Segunda Internacional.

Basado en una denuncia anónima de alguien dijo haber escuchado de boca del senador consignas “maximalistas” y acusándolo de “sovietista”, un ignoto juez de Bahía Blanca –donde tuvo lugar el encuentro- no tuvo empacho en endilgarle al senador socialista la violación de la espantosa “ley de defensa social” que la oligarquía de entonces había sancionado y aplicaba para amordazar la prédica y evitar la acción política de socialistas y anarquistas.

Aquél Senado oligárquico y sus voceros periodísticos de aquella época, “La Prensa” y, obviamente, “La Nación”, lograron forzar el desafuero del senador socialista, decisión que hasta algunos liberales consecuentes, como Joaquín V. González, repudiaron con estupor. Impiadoso, el Senado tomó la decisión con todo salvajismo, cuando ya se sabía que Del Valle padecía un cáncer de garganta terminal que lo iba a llevar a la muerte en pocas semanas.

Hoy, cien años después, se reedita esa nefasta maniobra de los poderes fácticos a través de la misma oligarquía, apelando a idénticas corporaciones –el partido judicial y los medios que controlan- para intentar inhabilitar la acción de la más relevante y consecuente dirigente de masas de la Argentina, la actual Vicepresidenta. Pero no estamos en 1921: la dolorosa experiencia de lucha acumulada a través de un siglo no pasó en vano y ya no hay espacio para retrotraer la historia, cercenar derechos, recortar libertades ni reinstalar proscripciones.

Oscar R. González (Mesa Nacional de la Confederación Socialista).

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