Stephen King tiene una idea: salvar al mundo con una caja de botones - Infobae

2022-07-22 19:05:17 By : Ms. shiny Miss

Todo empezó con un cuento corto que Stephen King no podía terminar. En busca de ayuda, el best-seller recurrió al escritor estadounidense Richard Chizmar, conocido en el circuito de la literatura de terror por ser el director de la editorial Cemetery Dance Publications, a quien le envió un boceto de la historia que tenía en mente. Sin perder tiempo, Chizmar le devolvió un texto corregido y aumentado que, a su vez, King continuó. En el mes que duró ese ping pong literario, ese primer boceto de un cuento corto se transformó en La caja de botones de Gwendy, la primera novela de una trilogía que ambos autores escribirían juntos.

Aunque, a diferencia de lo que se esperaba, el segundo libro, La pluma mágica de Gwendy, fue escrito únicamente por Chizmar, en 2020 se anunció que, para el tomo que daría cierre a la trilogía, ambos escritores volverían a unir sus fuerzas. Publicada en inglés a comienzos de 2022 y recién traducida al español, finalmente llegó La última misión de Gwendy.

Este libro continúa, varias décadas después, la historia de Gwendy, una chica a la que un extraño le deja a cargo una enigmática y poderosa caja de botones que, sin saberlo, dará vuelta su vida por completo. El misterio que empieza en 1974 en Castle Rock, el pueblo ficticio en el que transcurren varias de las novelas de King, terminará en el 2026 en el espacio exterior, con una Gwendy que, aunque se convirtió en senadora y alcanzó el éxito como escritora, está desarrollando un temprano Alzheimer que le dificultará aun más su ya de por sí complicada tarea: salvar al mundo.

Cerca de cumplir 75 años, Stephen King está viviendo uno de los momentos más prolíficos de su carrera. Tras Billy Summers y Después, los dos libros que sacó en 2021, tiene preparados un libro de cuentos y una novela para lanzar en 2022, además de la ya publicada La última misión de Gwendy. Para fortuna de sus ávidos lectores, parece que hay terror para rato.

Es un bonito día de abril en Playalinda, Florida, no muy lejos de Cabo Cañaveral. Corre el año de nuestro señor 2026, y ya solo unos pocos de la multitud congregada en la orilla oriental de la ensenada Max Hoeck llevan mascarilla. En su mayoría son gente mayor, que se acostumbró a ponérsela y ya lo hace casi por inercia. El coronavirus sigue dando vueltas, como un invitado que se resiste a marcharse de la fiesta, y aunque muchos temen que pueda mutar de nuevo e inutilizar las vacunas, de momento la batalla está empatada.

Algunas personas llevan prismáticos —de nuevo, los más mayores, quienes ya no tienen tan buena vista—, pero son las menos. El grupo que posa para las fotos en la plataforma de lanzamiento de Playalinda es el más numeroso que haya tripulado jamás una misión que vaya a despegar desde la Madre Tierra.

Con una masa total de 2,07 millones de kilos, el cohete se gana con creces su nombre de Eagle-19 Heavy. Una neblina de vapor cubre los últimos quince de sus ciento veinte metros de altura, pero incluso quienes tienen la vista algo deteriorada distinguen las tres letras que descienden en vertical por el lado de la astronave:

Y no es necesario gozar de un oído perfecto para escuchar los aplausos cuando arrancan. Un hombre lo bastante mayor para recordar que oyó la crepitante voz de Neil Armstrong anunciando al mundo que la Eagle había aterrizado se vuelve hacia su esposa con lágrimas en los ojos y la piel de gallina en los brazos flacos y morenos. El anciano es Douglas Brigham, alias Dusty. Su esposa es Sheila Brigham. Hace diez años se jubilaron y se mudaron al pueblo de Destin, pero ambos son oriundos de Castle Rock, Maine. Sheila, de hecho, trabajaba como oficial de comunicaciones en la oficina del sheriff.

En la plataforma de lanzamiento de la Corporación Tet, a dos kilómetros y medio de distancia, el aplauso continúa. A oídos de Dusty y Sheila suena flojo, pero debe de ser mucho más estruendoso al otro lado de la ensenada, porque las garzas despiertan de su reposo matutino en una perezosa nube blanca.

—Para allá que van —dice Dusty a la que es su esposa desde hace cincuenta y dos años.

—Dios bendiga a nuestra chica —responde Sheila, y se santigua—. Dios bendiga a nuestra Gwendy.

Ocho hombres y dos mujeres caminan en fila india por el lado derecho del centro de control de la Corporación Tet. Los protege una pared de plexiglás, porque llevan doce días en cuarentena. Los técnicos se levantan detrás de sus ordenadores y aplauden. Hasta ahí solo están cumpliendo con la tradición, pero ese día también hay vítores. Llegarán más aplausos y aclamaciones de los quinientos empleados de Tet que esperan fuera, con parches en las camisas, chaquetas y monos que los identifican como los Tet Rocket Jockeys. Cualquier misión tripulada ya es un acontecimiento, pero esa es más especial.

En penúltimo lugar de la fila camina una mujer de cabello largo, ya entrecano, recogido en una coleta que el cuello de su traje de presión hace invisible casi por completo. Su cara apenas tiene arrugas y es todavía hermosa, aunque se distinguen unas finas líneas en las comisuras de los ojos y la boca. Se llama Gwendy Peterson, tiene sesenta y cuatro años y, antes de que transcurra una hora, será la primera senadora estadounidense en activo que viaje en cohete a la nueva estación espacial MF-1. Entre los colegas políticos de Gwendy hay cínicos que afirman que las siglas MF corresponden a cierto concepto sexual incestuoso[1], pero en realidad significan Many Flags, «muchas banderas».

Los tripulantes llevan el casco bajo el brazo por el momento, de modo que nueve de ellos tienen una mano libre para saludar y agradecer los vítores. Gwendy, que sobre el papel pertenece a la tripulación, no puede hacerlo sin sacudir el pequeño maletín blanco que lleva en la otra mano. Y esa no es una opción.

Así que en lugar de saludar, grita:

—¡Muchas gracias, os queremos! ¡Esto es un paso más hacia las estrellas!

Las aclamaciones y los aplausos se redoblan. Alguien vocifera: «¡Gwendy a la Casa Blanca!», y unos cuantos más repiten la frase, pero no muchos. Gwendy es popular, pero no tanto, y menos en Florida, que pasó a votar republicano (de nuevo) en las últimas elecciones generales.

La tripulación sale del edificio y monta en el tranvía de tres coches que los llevará a la Eagle Heavy. Gwendy tiene que estirar el cuello todo lo que su traje reforzado le permite para ver la punta del cohete. ¿De verdad voy a subirme en ese trasto?, se pregunta, y no por primera vez.

En el asiento de al lado, el biólogo alto y rubio del equipo se inclina hacia ella para hablarle en voz baja.

—Aún estás a tiempo de echarte atrás. Nadie te lo reprocharía.

Gwendy ríe. La carcajada le sale nerviosa y demasiado aguda.

—Si te crees eso, también creerás en Papá Noel y el Ratoncito Pérez.

—Bueno, es cierto —dice él—, pero qué más dará lo que opine la gente. Si tienes el temor, por mínimo que sea, de que cuando enciendan los cohetes vas a entrar en pánico y ponerte a gritar que te lo has pensado mejor y que paren la nave, mejor retírate ahora. Porque cuando arranque ese motor, ya no habrá vuelta atrás, y lo último que queremos llevar a bordo es una política frenética. O un multimillonario frenético, ya puestos.

El biólogo mira hacia el coche de delante, donde un hombre está taladrando el oído de la comandante de operaciones. Con su traje de presión blanco, el hombre recuerda un poco al Poppy Fresco, la mascota de la empresa de repostería Pillsbury.

El tranvía de tres coches empieza a moverse. Hombres y mujeres vestidos con monos aplauden a su paso. Gwendy deja el maletín blanco en el suelo, encajado con firmeza entre los pies. Ya puede saludar.

—Estaré bien. —No está completamente segura de que sea así, pero se dice a sí misma que debe estarlo, por el maletín blanco. A ambos lados lleva letras rojas grabadas en relieve que componen las palabras MATERIAL CLASIFICADO—. ¿Y tú?

El biólogo sonríe y Gwendy cae en la cuenta de que no recuerda cómo se llama. Ha sido su compañero de entrenamiento durante las anteriores cuatro semanas, y hace escasos minutos han hecho las últimas comprobaciones al traje del otro antes de salir de la zona de espera, pero Gwendy no se acuerda de su nombre. Eso es M. A., como lo habría llamado su difunta madre: mal asunto.

—No habrá problema. Es ya mi tercer viaje, y cuando el cohete empieza a ascender en serio y sientes la presión hacia abajo… no sé los demás, pero es el mejor orgasmo que ha tenido un servidor.

—Gracias por esa comparación —dice Gwendy—. Me aseguraré de incluirlo en el primer informe que envíe ahí abajo.

Así es como llaman a la Tierra, «ahí abajo». Eso lo recuerda, pero ¿cómo diantres se llama el biólogo?

En el bolsillo del mono lleva un cuaderno donde ha apuntado todo tipo de información, además de un punto de libro muy especial. Incluye los nombres de todos los tripulantes, pero en esos momentos le es imposible sacarlo y, aunque pudiera, casi sin duda despertaría sospechas. De modo que Gwendy recurre a la técnica que le enseñó el doctor Ambrose. A veces falla, pero en esa ocasión da resultado. El hombre que va sentado a su lado es alto, de mandíbula cuadrada y ojos azules, con una mata de pelo color arena. Las mujeres opinan que está… ¿cañón? ¿Como un queso? No, más sencillo: que está bueno.

Bern. Así se llama. Bern Stapleton. El profesor Bern Stapleton, que también es el mayor Bern Stapleton, retirado.

—Por favor, no lo hagas —le pide Bern.

Gwendy está bastante segura de que se refiere a su símil del orgasmo. Su memoria a corto plazo no le falla, al menos de momento.

Bueno… no le falla mucho.

—Era broma —responde Gwendy, y le da una palmadita en la mano enguantada con la suya—. Y no te preocupes, Bern. Estaré bien.

Se dice a sí misma de nuevo que debe estarlo. No quiere dejar en la estacada a sus electores ni a su público, que ese día incluye a todos los habitantes de los Estados Unidos y a la mayoría de los del resto del mundo, pero esa preocupación es secundaria comparada con la que le produce la caja blanca cerrada con llave que tiene entre las botas. Esa caja sí que no puede dejarla, ni en la estacada ni en ninguna parte. Porque hay otra caja dentro de la caja, no hecha de acero de alto impacto, sino de caoba. Tiene unos treinta centímetros de ancho, algo más de largo y poco menos de veinte de alto. Hay botones en la parte superior de la caja, y unas palancas a ambos lados tan pequeñas que solo se puede tirar de ellas con el dedo meñique.

Solo hay un pasajero de pago en ese vuelo a la estación MF, y no es Gwendy. Ella tiene un trabajo que hacer. No es gran cosa, ya que consistirá sobre todo en registrar datos en su iPad y enviarlos al centro de control de Tet, pero tampoco es del todo una cortina de humo para lo que va a hacer en realidad allá arriba. Gwendy es controladora climática, su identificador de vuelo es Chica del Tiempo y algunos tripulantes la llaman en broma Tempest Storm, el nombre artístico de una antigua ecdisiasta.

¿Qué significa eso?, se pregunta a sí misma. Debería saberlo.

Como no lo sabe, aplica de nuevo la técnica del doctor Ambrose. La palabra que busca es parecida a «embarazo», ¿verdad? No, a embarazo no. A lo que aparece después, las estrías. Así que…

—¿Cómo? —pregunta Bern. Estaba distraído por unos hombres que aplauden junto a un camión de emergencia, que si Dios quiere no tendrá que arrancar ese bonito día primaveral.

—Nada —dice ella, pensando: Una ecdisiasta es una bailarina de striptease.

Siempre es un alivio cuando le vuelven las palabras perdidas. Gwendy sabe muy bien que tardarán poco en dejar de hacerlo. No le hace ninguna gracia, y de hecho la aterroriza, pero es una preocupación para el futuro. De momento, solo tiene que superar el día de hoy. Una vez esté allá arriba, donde el aire no solo escasea sino que no existe, ya no podrán enviarla de vuelta si descubren lo que le pasa, ¿verdad? Pero sí que podrían jorobarle la misión si lo averiguan. Y hay otra cosa, algo que podría ser incluso peor. Gwendy no quiere ni pensarlo, pero se ve incapaz de evitarlo.

¿Y si olvida el verdadero motivo por el que está allá arriba? El verdadero motivo es la caja dentro de la caja. Sonará melodramático, pero Gwendy sabe que es cierto: el destino del mundo depende de lo que hay dentro de esa caja.

♦ Nació en Portland, Estados Unidos, en 1947.

♦ Ha publicado más de 70 libros y vendido más de 350 millones de ejemplares en todo el mundo.

♦ Varias de sus novelas han sido adaptadas al cine y a la televisión, como Misery, Carrie y La niebla.

♦ Ha ganado numerosos premios literarios, incluyendo el Premio Bram Stoker en trece ocasiones, el Premio British Fantasy siete veces y los Premios Locus en cinco oportunidades, entre otros.

♦ Nació en Maryland, Estados Unidos, en 1965.

♦ Es escritor, guionista y editor.

♦ Es conocido principalmente por su asociación con Stephen King para la escritura de la trilogía La caja de botones de Gwendy.

♦ Obtuvo dos Premios Mundiales de Fantasía en 1991 y 1999.