Última hora de los incendios: el fuego no da tregua en la Comunidad ValencianaHay revuelo en el Bar de Chu.Desde quien asegura que es Txu y no Chu hasta quien no acepta que María Asunción sea la mejor amiga de mi madre.Nada grave: tormentas en un vaso largo de café con leche.Por el poder de la prensa escrita, se puso en contacto a un hombre al que, de adolescente, mi madre le hizo de cuidadora, a él ya sus dos hermanos pequeños.Mi madre se ha cuidado de todos y ahora, de repente, se da cuenta de que nadie parece cuidarse de ella.O por lo menos como a ella le gustaría.Como ella cuidó.Mi madre cuidó de niña a su madre enferma, y su padre represaliado once años por Franco.También su hermano, catorce años menor que ella.Cuidó a niños de su escalera.Cuidó a mi padre y sus suegros.Vecinas y primas.Sus padres de ancianos.Todas las abuelas posibles.Sus hijos.Los hijos de los vecinos.Los nietos.Hijos de gente que vivía en casas donde para asistirles ella debía levantarse temprano e ir en autobús.Cuerpos enfermos y cabezas giradas.Personas malas y desagradecidas.Pero la Vida le ha hecho un ERTE y hoy está algo perdida, sin nadie a quien cuidar.Además de tener a la madre más guapa del mundo también era la más popular del barrio.Cien metros desde el súper en casa podían ser hora y media en el reloj del comedor.Parada y charla, charla y parada.El carro a su lado como perro fiel, sabía el pan que se le da.Y, a su alrededor, un hijo enano, un limpio enano, un marido enano.Todos alrededor de Blancanieves con capacidad de hablar de cualquier cosa con cualquier ser humano, canino o espiritual.Nunca es fácil ir de compras con una madre.Es un papel, el del hombre de cincuenta junto a su madre ya con más de ochenta, detrás de un carrito de supermercado, muy difícil de soportar con un mínimo de dignidad.Me corrijo: es del todo imposible.Siempre intento evitarlo.Si ya es una deshinchada hacerlo con tu pareja –pese a la existencia de amor, Visa común y edades similares–, imagina hacerlo con la madre de tu padre y tú al borde de la tarjeta rosa.El hijo –en general con sobrepeso, despeinado, vestido al modo de mojito en Castefa o, peor aún, con camiseta rock– quiere salvarse de la humillación poniendo cara de mala hostia mientras que la Señora Madre va hecha una maravilla –entre Cruella de Vil y Gloria Swanson en Sunset Boulevard – en el momento de hacer rodar las ruedas del carrito cerca de las galletas de desayuno y dejando atrás maderas de queso y jamón.Nadie vuelve vivo de una experiencia así.Ni de las miradas de los demás que buscan en el hijo algún tipo de pagueta del Estado que dé sentido a la escena.Cuando no lo hay, la palabra loser se enciende en la frente como un estigma de Caín, quien seguro que mató a su hermano por no aceptar ser él quien acompañara a Eva en el mercado de Betania.Lo mejor en este caso es embolsar, dejar que pague la anciana y salir pronto a la calle para confundirte en la multitud y dilatar volver a ese lugar llamado hogar con una nevera llena de palés de cangrejo y Actimel y una madre en el sofá viendo la tele.© La Vanguardia Ediciones, SLU Todos los derechos reservados.