Anna Boryachenko, arriba en el centro, con los niños de uno de los orfanatos a los que ha ayudado / EL NORTE
«No tengo miedo de estar en Ucrania. Yo soy española, pero éste es el paÃs en el que nacà y no temo a la guerra», dice valiente Anna Boryachenko. Lo hace justo antes de que se empiece a escuchar de fondo un terrorÃfico sonido. Es una sirena antiaérea que a este lado de la lÃnea telefónica sobrecoge. Pero Anna, a pesar de que sólo lleva 6 dÃas en Ucrania, ya se ha acostumbrado a esa atronadora sirena que sirve para poner en alerta a la población de un inminente peligro. «Hoy ha empezado a sonar antes que de costumbre. Normalmente comienza sobre las 05:00 de la mañana, pero hoy, ni siquiera son las 23:00 horas. La gente que está por la calle, ha empezado a correr. Esta mañana han tirado un misil muy cerca. Tengo que refugiarme en el sótano. Mañana seguimos hablando». Asà se despide esta ucraniana residente en Valladolid, que estos dÃas se encuentra en su paÃs de origen para llevar ayuda humanitaria.
Cuando el 24 de febrero estalló la guerra, Anna fue una de las primeras en la capital del Pisuerga, en ponerse manos a la obra para recoger productos de primera necesidad con destino a los más afectados. Su llamamiento surtió efecto y al dÃa siguiente, su bar Book, en el barrio de San Nicolás, estaba repleto de cajas con alimentos, medicinas, productos de bebé y otros artÃculos muy necesarios en aquel paÃs. Esta hostelera no ha cejado en su empeño. Después de aquello, creó la asociación Kalyna Ucrania, que ella preside y en la que colaboran más de 50 voluntarios de diferentes nacionalidades. Gracias al esfuerzo de muchos, consiguió enviar varias furgonetas y 3 trailers con un total de 130 palets de material con destino Khmelnytskyi, en el occidente de Ucrania. El ayuntamiento de aquella ciudad, le hizo llegar, en señal de agradecimiento, un reconocimiento a su nombre y al de «toda la comunidad ucraniana de la ciudad de Valladolid».
No conforme con ello, ahora Anna ha decidido coger su coche y recorrer los 3.200 kilómetros que separan Valladolid de Khmelnytskyi, para ayudar sobre el terreno a las vÃctimas del conflicto. «He destinado mis vacaciones a esto. Toda ayuda es poca, especialmente para los niños huérfanos», dice esta joven de 34 años, madre de dos pequeños. «Con las donaciones de los vallisoletanos, cargué el coche hasta arriba de material que aquà es vital y difÃcil de comprar, como respiradores, botiquines de emergencia, material quirúrgico, fármacos oncológicos y psicofármacos. También me traje varias garrafas de combustible, ya que en Ucrania está muy complicado repostar y no querÃa quedarme tirada en medio del paÃs en plena guerra», cuenta Anna. «En la frontera estuve 6 horas porque revisaron todo lo que transportaba. Me hospedo en un piso que me han dejado los amigos de unos amigos mÃos de Valladolid. He podido venir a Ucrania, gracias a la ayuda desinteresada de mucha», subraya.
Militares en la calle y tanques rusos abandonados
Anna ha invertido todos sus dÃas libres en este proyecto de ayudar a los demás. «En Ucrania me estoy desenvolviendo bien. Hablo el idioma perfectamente porque en los 20 años que llevo viviendo en España, nunca he dejado de venir, pero aquÃ, con la guerra, cualquier gestión resulta muy complicada», dice esta joven nacida en Zhytomyr, una ciudad cercana a Kiev en la que vive su abuela, sus tÃos y primos. Se habÃa hecho una idea de lo que se podÃa encontrar cuando llegar a su paÃs, pero la realidad superó todas sus expectativas. «Jamás habÃa visto tantos militares en la calle. Hay muchÃsimos tanques rusos abandonados en las carreteras y puestos de control en los que nos piden la documentación. Todo eso me impactó. En la provincia en la que estoy, el toque de queda es a las 23:00 horas», relata.
Anna enregando ayuda al ejército y a los orfanatos del paÃs / EL NORTE
TenÃa todo organizado, pero las dificultades del dÃa a dÃa, le han obligado a cambiar su agenda y sus prioridades para este viaje humanitario. «En estos meses hemos celebrado en Valladolid distintas actividades, como galas benéficas, a través de las cuales, hemos recibido muchÃsimas donaciones económicas y todo ese dinero lo estoy utilizando para comprar aquà todo aquello que más se necesita. Lo cierto es que la necesidad es tan grande que cuando llegué vi que el dinero que tenÃa no era suficiente para todo, por eso, hice un llamamiento a través de las redes sociales de nuestra asociación y la gente ha respondido muy bien, de tal forma que podré comprar un montón de cosas muy necesarias para los orfanatos. No me esperaba tanta solidaridad. Estoy muy agradecida y feliz», confiesa.
Anna estaba impactada. Ese mismo dÃa habÃa visitado un orfanato con 96 niños de entre 0 y 17 años con discapacidad mental para llevarles todo aquello que más les urgÃa. «Les llamé previamente para consultar cuáles eran sus necesidades. Les he comprado aceite, carne, mantequilla, fruta, galletas, pomperos, libros para colorear, pinturas... Aquà la fruta es muy cara y muchos niños no la prueban desde antes de la guerra. Muchos tienen discapacidades severas y manchan mucha ropa, pero no tenÃan lavadora. Les he comprado dos y cuando se las he llevado, ha sido una alegrÃa inmensa. Comprando en Ucrania, también contribuimos a mejorar la economÃa local y crear puestos de trabajo», prosigue Anna, que al dÃa siguiente tenÃa pensado visitar otro orfanato para llevar un frigorÃfico. «Los medios que tienen son muy limitados. La mayorÃa son de la época de la Unión Soviética. El paÃs empezaba a levantar cabeza ahora, con el presidente Zelenski, pero no ha dado tiempo a que se recuperara. Otro de los orfanatos me ha pedido que les compre tela, porque no tienen sábanas. Los cuidadores enseñarán a los niños a coser, para que, de paso, aprendan un oficio que les puede venir bien el dÃa de mañana», concluye.
El próximo 1 de agosto Ana iniciará el viaje de regreso a Valladolid, de donde partió con el coche cargado de medicamentos y a donde regresará con la maleta repleta de experiencias muy enriquecedoras. «Desde que comenzó la guerra, yo soy otra persona y este viaje también me ha cambiado mucho. Doy gracias por vivir en España y que mis hijos crezcan en un paÃs en paz y sin sirenas antiaéreas. Es inhumano que los niños vivan con miedo permanente y sin saber lo que les espera al dÃa siguiente. Vivir en paz no tiene precio. Ojalá la guerra acabe pronto, pero soy consciente de que las consecuencias del conflicto bélico, van a prolongarse muchos, muchos años. Por eso, seguramente, tendré que volver a Ucrania con más ayuda», concluye.