Aste Nagusia 2022 | Miguel Ángel Perera, Gines Marín y Ángel Téllez (corrida de Toros) | El Correo

2022-08-26 19:07:39 By : Ms. Ivy Shao

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Ginés Marín, que cortó una oreja, da un pase de pecho a su segundo toro de la tarde. / Jordi Alemany

Con los dos hierros de la familia -Garcigrande y Domingo Hernández- la corrida de Justo Hernández fue muy dispar de hechuras y condición. Cinqueños cuatro de los toros del envío. Solo dos cuatreños: un primero de suma bonanza y pastueñas embestidas, y un tercero que se estuvo soltando por sistema, cobró por su cuenta en varas y se vino cruzado por la mano derecha. Cuando tomó la muleta, lo hizo franco, pero no hubo viaje del que no se soltara en busca de querencia, la de toriles, o saliera de suerte distraído. A mitad de faena, escarbó. Y después de un pinchazo, más y más. Lo pitaron en el arrastre. Así de distintos fueron esos dos toros tan diferentes de los demás.

Perera se embarcó con el uno en una de sus faenas seguras, templadas y poderosas, pero también convencionales, y solo antes de la igualada se permitió adornarse con una tanda de tres circulares cosidos, uno de ellos cambiados, tan celebrados como uno enroscado de pecho sacado en el hombro contrario casi a pulso. La faena se hizo larga porque lo fue. Trajinar con el toro que no dejó de soltarse se convirtió en una prueba insuperable. Fue el toro del debut en Bilbao de Ángel Téllez, nervioso de partida, pero enseguida centrado y dispuesto. No encontró el modo ni el terreno de sujetar al toro y de contrariar su instinto de huida. Cites frontales, cruces al pitón contrario, suaves muletazos que nunca llegaron a ser dos seguidos. Se tuvo en cuenta lo serio de su afán.

De los cuatro toros diferentes, que también lo fueron entre sí, el de peor nota fue un cuarto degolladito y bastote que, andares de manso, ni descolgó ni se empleó. Medias embestidas rebrincadas, algún cabezazo también. «¡Me aburro!», gritó uno desde la galería. Iba por el toro. Perera le puso la pasión justa y prefirió no aburrir. Una estocada en los blandos y punto. El toro reculó barbeando las tablas a buen paso antes de doblar. Una rara muerte.

El tuétano de la corrida fueron los otros tres cinqueños. El segundo, castaño albardado, poco más de 500 kilos, fina la piel lustrosa, finos los cabos, veleto y astifino, ligeramente levantado, fue el más bello y codicioso de todos. Pronto, repetidor, son chispeante, eléctrica bravura: el toro de la corrida. Algo crudo de varas, muy entero a la hora de faenar Ginés Marín, acelerado y despegado, bien colocado, capaz de sujetarse y de medio entenderse con el toro en un solo terreno, que no fue fácil. No poca tensión. Trasteo largo, y el toro amagó a última hora con irse. Una estocada perpendicular y delantera, y un certero descabello. El toro más aplaudido en el arrastre.

Estaba por verse un quinto que dio en báscula 638 kilos. Una caja formidable y, sin embargo, relativamente armónica. Astifino, pero no descarado. Elástico, aunque le faltara el golpe de riñón indispensable para rematar de largo los viajes. Fijeza y nobleza. Pero era tan grande que la magra figura de Ginés Marín se empequeñecía en las reuniones. Costó estarse delante sin temblar y con una muleta pequeña por única arma. Y le costó a Ginés terminar de convencerse de que después de todo se podía trabajar sin desmayo. En la segunda parte de una faena larguísima, Ginés pareció torear ya sobre seguro y, tenaz, encontró la recompensa de dos tandas bien logradas, una por cada mano, trayéndose el toro desde muy encima. Llegaron a la gente el mérito y el esfuerzo. Una difícil estocada soltando Ginés el engaño en la reunión. El toro tardó tres minutos en doblar.

El sexto, de hermoso porte y espectacular pinta anteada, melocotón muy claro, calcetero, un toro de Bilbao en toda regla, fue de interés. Un mal paso en el duro piso -se oyó un chasquido de pezuña- lo debió de lastimar. De las primeras embestidas claras se pasó a otras más costosas. Frágiles los apoyos. Y de repente era otro toro. Estuvo con él muy firme y vertical, elegante, compuesto y entregado Téllez, que dibujó entonces los muletazos más embraguetados de toda la tarde, los mejor traídos y resueltos, los de más caro temple. Con la mano izquierda, que es su mano mejor. Se acabó yendo el toro a tablas no sin haber protestado antes y ahí bajó la persiana. Una estocada.