La feria del barrio - Puebla

2022-08-26 18:59:15 By : Ms. Lisa Liu

“Fui boy-scout en la montaña rusa,

tiré diez tiros en el tiro al blanco

y provoqué la cólera difusa

del proditorio enano del tapanco.”

(fragmento del poema de Renato Leduc)

Las ferias de pueblo o aquellas que se instalan en los barrios antiguos de las grandes ciudades, aunque algunas están vinculadas a fiestas tradicionales de carácter religioso, en su mayoría están encaminadas a la recreación popular, desligadas del calendario ritual de las festividades de carácter agrícola de los pueblos y por estar afectadas por su condición urbana sometidas a una modernidad globalizadora; en pocas palabras, las fiestas han perdido su sentido original y sus cambios han sido tan rápidos que hoy día, en muchos sitios, solo quedan las ferias que están dedicadas a la diversión sencilla y al consumo. Conviene establecer una distinción entre fiesta y feria: la fiesta es la celebración religiosa o civil, particular o colectiva, de un acontecimiento importante para el individuo o el colectivo; la feria en cambio, es el conjunto de instalaciones recreativas y/o comerciales asociados o no a una fiesta.

Las ferias itinerantes se componen principalmente de juegos mecánicos, casetas con entretenimientos para probar habilidades, puestos de alimentos; así como nubes de ambulantes que ofrecen globos, rehiletes, gorros, máscaras, silbatos, garrotes de plástico, “pistolas de agua”; más los que venden manzanas cubiertas de caramelo rojo, algodón de azúcar, frituras, bebidas, cacahuates y semillas embolsadas, etcétera. Los “ferieros” empresarios de las ferias, ocupan con sus trebejos plazas, jardines públicos, terrenos baldíos, calles o atrios de las iglesias y por espacio de varios días reciben, por las tardes, a algunas personas y familias con criaturas las cuales desparraman sus miradas tratando de localizar los juegos que más les atraen, así como las golosinas que les permitirá adquirir el presupuesto de sus papás. A la feria se le anticipa una mezcolanza de olores compuestos por las emanaciones de las fritangas, el olor dulzón del caramelo fundido, las “palomitas” de maíz, así como la “jedentina” de los antiguos motores diesel y el zumbido actual de las “plantas de luz” que alimentan los motores de los juegos.

Los juegos mecánicos se transportan desarmados en camiones desvencijados que, una vez obtenido el permiso de la autoridad “competente” para instalarse con las licencias correspondientes, así como con el dictamen de Protección Civil, se arman en el sitio convenido. Sobresale entre todos la “rueda de la fortuna” que en más de una ocasión ha ocasionado infortunios a algunos desgraciados usuarios, pero por otra parte al igual que los “aviones locos”, proporcionan a las parejas la oportunidad inigualable de estar “juntitos” y aprovechar el balanceo de las góndolas para apaciguar los fingidos o reales temores de la “chamacona” mediante un caluroso y apretado abrazo “protector”.

Otros juegos mecánicos infaltables en una feria de pueblo son los “caballitos” que van instalados en un volantín que gira con pausada monotonía acompañado de la musiquita típica que todos recordamos y de la cual recientemente he conocido su nombre, es una pieza musical llamada Take me out to the ballgame (“llévame al juego de beisbol”), la típica cancioncita del “beis”. Los “caballitos” no son las únicas figuras montables, sino que también hay elefantes, rinocerontes, leones, figuras infantiles, jirafas, héroes de historieta y un sinfín de personajes que los chamacos espolean en vano para acelerar sus reiteradas vueltas. La familia espera en un punto cercano al carrusel, por aquello de los “robachicos”, saludando a los chiquillos cada vez que pasan delante de ellos y los críos devuelven el saludo con cierto gesto de fastidio. Algunos chamacos piden repetición, para ver si es “cola y pega”, pero los padres frecuentemente niegan la petición en función del principio educativo de la no complacencia y también del presupuesto.

—¡Agárrate bien Heriberto, no te vayas a soltar!

—Adiós, adiós, adiós…tu hermanito te está saludando ¿eh? Grita una joven mujer que carga a un bebé y agitando la manita de la criatura hace la mímica del saludo.

Una vieja, con “cara de sargento mal pagado”, seguramente la suegra, le echa “ojos de pistola” a la joven señora del “mamoncito” y la encara diciéndole:

 —Evelia, no le agarres tan fuerte el bracito al niño que se lo vas a descoyuntar. ¡Que no ves que está tiernito!

Los “carros chocones” son otro atractivo de las ferias, porque ponen al chamaco, varejón, frente al volante de un vehículo de “mentiritas” para que después, con la edad suficiente, “haga de las suyas” con una carcacha de verdad. Los carruseles con cochecitos, camioncitos, autobuses, ambulancias, patrullas, naves espaciales y carros de bomberos tienen también una gran demanda entre los escuincles que hacen una serie de muecas, al girar un volante que no conduce a dirección alguna. “El gusanito” es un juego para pequeñitos que corresponde al nivel “0” (cero) para quienes buscan entrenarse para subir a una “montaña rusa” que, según algunos “mamilas” (por lo de la guerra con Ucrania), ahora debe llamarse “montaña de la democracia”; viéndolo bien la propuesta no está tan desencaminada porque las vertiginosas subidas y bajadas de esta estructura se parecen precisamente al sistema económico y político neoliberal que se oculta bajo una democracia, solo para usos electorales.

Otro juego de las ferias es el “trenecito”, ya sea que este gire en un carrusel con vías simuladas o que tenga cierta autonomía y se desplace, impulsado por una “maquinita” (vehículo de gasolina) en el perímetro del lugar de la feria con sus vagones ocupados por los niños acompañados por sus apretujados padres. Las “tazas locas”, “el látigo”, “el pulpo”, los “aviones locos”, “el barco vikingo”, el “martillo”, el “ratón loco” o “el Himalaya”, entre otros, poseen mecanismos simples de giro, con súbitos cambios de dirección, lo que ha provocado algunos accidentes al fallar las barras de seguridad y los ocupantes salir disparados como “tapón de sidra”; algunas personas padecen de vahídos o indisposiciones temporales que les produce un aspecto pálido verdoso y que generalmente se resuelven devolviendo el contenido del estómago.

Los juegos de habilidades son también muchos y muy diversos, entre ellos destaca el “tiro al blanco” que se instala en una caseta con estantes en los cuales se alinean figuritas planas y con volumen de soldados de metal, tornillos y canicas para que, con un rifle de municiones, sean derribados por la clientela; esto alborota a los chamacos, adolescentes y viejones para demostrar su puntería y mitigar un poco su ansiedad existencial. En la misma caseta se encuentra un ruidoso juego de aciertos, que consiste en arrojar unas bolas de hule envueltas en cintas mugrosas con las que hay que pegarle a una figura que representa una “cabeza de negro” y cuando el “tirador” logra atinarle e impactar esa “cholla”, al mismo tiempo se encienden luces intermitentes de colores, se accionan figuritas con movimiento y se escucha música estruendosa. Cabe hacer notar que, “pegarle al negro”, es la imitación de un juego gringo de la década de los años 20 del siglo xx en el que un negro de “carne y hueso” sacaba la cabeza por un agujero y todos jugaban a pegarle.

En una ocasión un amigo y yo, siendo aún adolescentes, nos dirigimos a la feria de “Santa Anita” de la ciudad de Puebla, por la mañana, cuando apenas comenzaban a abrir los puestos. El hombre que tenía a su cargo el puesto del “tiro al blanco”, al vernos, se dirigió a nosotros y nos gritó:

—¡Órale chamacos…pásenle! no se queden viendo nomás. Hagan chillar al “monieco”. ¡Órale!

—Oiga señor, ¿en cuánto “sale” si los dos tiramos? 

—Pa´que no se vayan hablando mal, les cobro al “dos por uno”, sólo me pagan un tiro y cada uno puede intentar atinarle al “monieco”. ¡Anímense mis jóvenes!

En las ferias populares había el juego del “palo ensebado” que generalmente patrocinaban los comerciantes del rumbo y que consistía en trepar por un poste de más de cinco metros completamente embadurnado de algún tipo de grasa, para que los jóvenes y los no tan jóvenes aspirantes, inscritos previamente, alcanzaran a bajar una de las cajas vacías que representaban diversos productos, las cuales se encontraban en una cesta, como zapatos, electrodomésticos sencillos, ropa. Una vez que descendía, cual bombero, el afortunado ganador, el producto que correspondía a la caja se le entregaba por el “juez” con demostraciones de júbilo del “respetable” que prorrumpía en aplausos y porras.

El puesto de “la lotería” concentra a mucha gente que busca, en igualdad de condiciones, lograr algún premio con un poquito de suerte. Todos escogen sus cartones y sus frijolitos para marcar las casillas y una vez que pagan la tarifa por jugar, están muy atentos a su inicio. El vozarrón de quien “canta” el juego se alcanza oír en un radio de varios metros a la redonda:

—¡Corre y va corriendo … corre y se va!

—“La cobija de los pobres” … el sol

—“El que le cantó a san Pedro” … el gallo

—“Don Ferruco en la Alameda, un bastón quería empeñar” … el catrín

—“La muerte calaca y flaca” … la muerte

—“El que espera, desespera” … la pera

—“La garza pescuezo de hule” … la garza

—“El caso que te hago es poco” … el cazo

El “juego de los aros” en el que los participantes tratan de encajar un aro en alguna de las figuras, que al tener diferentes anchos, tienen un valor distinto de acuerdo a su dificultad; “el juego de las canicas” que consiste en insertar canicas en los agujeros de una placa de madera inclinada, que tienen pintados diversos valores; “la pesca” que consiste en que los chamacos, armados de una caña con un alambrito curvo a manera de anzuelo, ensarten las figuras de peces que flotan en una tina con agua. “El basket” que es sólo una “canasta,” puesta en un tablero decorado con un jugador de la nba , para ensartar el balón en ella y de acuerdo al número de encestes, es el premio que se lleva el “deportista balín”.

La comida que se ofrece en las ferias está constituida principalmente por los típicos “antojitos” elaborados con un negro aceite reciclado en el que se fríen chalupas, molotes, tacos dorados con pollo, papas fritas, memelas, etc. Se han incorporado desde hace algunos años los puestos con “jot dogs”, “jot keis”, churros y plátanos fritos que completan la oferta gastronómica. También debe estar un puesto con el tradicional “pan de fiesta” o “pan de burro”, del que se dice se amasa con pulque, y se exhibe sobre una “camita” de alfalfa, así como un sinnúmero de dulces industrializados, de los “baratones” muchos de ellos combinados con chile. No pueden faltar los “neveros” y los carritos de paletas heladas y “bolis” congelados para saciar al exigente “gusano” de la gula.

La feria tradicional está en declive y no sé hasta cuando pueda perdurar. Compite ahora con los entretenimientos que acostumbra “el medio pelo” en “ambientes controlados” con artilugios electrónicos, albercas de pelotas, camas elásticas, inflables de todo tipo y los alimentos que se ofrecen ahí son tristes sángüiches de jamón y “queso americano”, de ese que se pega al paladar, así como galletas y golosinas con nombres gringos. Los “parques de atracciones” se han apropiado de algunas aficiones populares y las han instalado en sus propios espacios, pero a un costo infinitamente más alto; de suerte que quienes se dicen “fifís” ya no acuden a las ferias de barrio pues le hacen el “fuchi” a cualquier manifestación del pueblo al que califican de la “plebe” o “chairos”. En este México bipolar la recreación tiene diferentes sentidos para el paisanaje, pero si usted quiere recordar o experimentar una de las pocas ferias ambulantes de barrio, que aún se celebran en Puebla, dese una vuelta por ahí y disfrute del encanto de lo genuino, porque además no tiene usted que gastar mucha “feria”.

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